Monasterio de Veruela

El monasterio de Veruela, situado en Zaragoza, a las puertas del Moncayo, principal montaña de la Cordillera Ibérica, es una de las tres abadías cistercienses que encontramos en esta provincia, junto a las del Monasterio de Piedra y la del Monasterio de Rueda. Es del siglo XII y presenta un estado de conservación más que digno. Magnífica construcción, magníficas estancias y magníficos detalles decorativos.
Como todos los cenobios cistercienses tiene como centro el gran claustro gótico, alrededor del cual se sitúan el resto de las estancias: la iglesia, el refectorio, la sala capitular... En general, el monasterio pertenece al estilo gótico primitivo, aunque, en las fases iniciales del mismo incorpora todavía elementos del románico. La iglesia es de una factura sólida, imponente, de gruesas columnas; cerrada con bóvedas de crucería y de dimensiones colosales, sobre todo en longitud y altura. En el presbiterio se encuentra la imagen de la Virgen de Veruela. Cuenta con tres naves, girola y capillas laterales. Los arcos formeros de la nave central son de estilo románico, mientras que los arcos fajones de la misma nave y de las dos naves laterales son arcos apuntados. La sacristía es, asimismo, monumental. El refectorio es una gran sala rectangular con nerviaduras decoradas de crucería en la bóveda. Pero destaca, sobre todo, la sala capitular. No es demasiado grande, pero su acceso con arcos de medio punto y columnas en serie le dan un aspecto imponente, pues se funde con las nerviaduras de crucería en la bóveda. En ella, bajo tierra, se encuentran las tumbas de algunos abades del cenobio. Se pueden visitar también la cocina de los monjes y la cilla, o bodega donde elaboraban y almacenaban los vinos que producían.
En este monasterio, Gustavo Adolfo Bécker estuvo retirado un tiempo, convaleciente, donde escribió sus rimas más conocidas. Con acceso desde los pasillos del claustro, se encuentra un espacio -dentro del jardín- flanqueado por arcos góticos en su cuatro lados, un lavabo, justo delante del refectorio cuya misión era la de que los monjes pudieran lavarse las manos antes de sentarse a comer. El claustro cuenta con una planta elevada sobre la factura gótica, de estilo renacentista. En definitiva, un lugar mágico donde el visitante parece retroceder a la época medieval y fundirse con el entorno; un lugar para los enamorados del arte por su riqueza y variedad. Un lugar también para pasar un día de retiro, de reflexión, de descanso, en un marco religioso incomparable.
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